Miércoles y estiércoles no le pide favor alguno a A sangre fría de Truman Capote, y mayor elogio no puede hacérsele.
Miguel Donoso Pareja
Las segundas criaturas es una novela citable en cada página, compleja, totalmente amena en el mejor sentido de la palabra, novedosa, y dará de escribir por muchos años.
Wilfrido Corral
La travesía por los 20 años de personajes, hechos y reflexiones de Nux Vómica despierta la reafirmación de la utilidad de la palabra y la necesidad del oficio. En cada texto, Diego Cornejo abre una puerta escondida, enciende la pregunta, remueve las certezas, y nos recuerda por qué su voz ha sido fundamental para el periodismo del país.
Ana Karina López
Devino periodista y comunicador en las salas de redacción de la Revista Nueva y, en especial, del Diario Hoy, donde vivió una larga carrera profesional que inició en 1987 como editor de la revista cultural La Liebre Ilustrada; en ese Diario también fue editor de las secciones Internacional, Cultura, Económica y Política; fundó allí el semanario de investigación periodística Blanco y Negro; fue instructor de géneros periodísticos en talleres internos de periodistas y editores: asimismo, jefe de Investigación Periodística y jefe de Información y en varias oportunidades dirigió ediciones conmemorativas especiales; llegó a ocupar el segundo cargo de jerarquía, el de subdirector de ese periódico. En Hoy escribió una columna de opinión semanal por cerca de veinte años. Se retiró de ese Diario en mayo de 2007.
Ha colgado muestras de su trabajo plástico en el Instituto Ecuatoriano Brasileiro de Cultura y en el Colegio de Arquitectos del Ecuador.
En julio de 2014 se publicó su más reciente novela, Inés Aranda. Antes, habían aparecido Las segundas criaturas (novela, 2010); Miércoles y estiércoles (novela, 2008); Gato por liebre (novela, 2006); Crónica de un delito de blancos (investigación periodística, 1996) —una segunda edición, ampliada, se publicó 16 años después, en marzo de 2012—; y, Garabatos (relatos breves, 1994).
En 2008, el Municipio de Quito le otorgó el Premio Nacional «Joaquín Gallegos Lara» a la mejor novela escrita en ese año, por Miércoles y estiércoles. En noviembre de 2011 apareció Nux V?mica, un volumen que contiene una antología muy personal de textos periodísticos, escritos entre 1987 y 2007.
_______________
PUBLICACIONES
Garabatos (DCM, relatos breves, 1994)
Crónica de un delito de blancos (informe periodístico, Ojo de Pez 1996 y Paradiso editores, 2012)
Gato por liebre (Alfaguara, novela, 2006)
Miércoles y estiércoles (Alfaguara, novela, 2008, Premio Joaquín Gallegos Lara)
Las segundas criaturas (Dinediciones, novela, 2010; Rayuela , 2012; Funambulista, 2012; Paradiso Editores, 2014)
Nux vómica (Paradiso Editores, antología periodística, 2011)
Inés Aranda (Paradiso Editores, novela, 2014)
PREMIOS
1994: Símbolos de Libertad (periodismo)
1995: Símbolos de Libertad (periodismo)
2008: Joaquín Gallegos Lara (novela)
2013: Gran Premio SIP a la Libertad de Prensa (periodismo)
2014: Eduardo Kingman (mérito cultural)
----------------------
Se dice que hay escritores que escriben para ser queridos (García Márquez); que otros lo hacen para ser odiados (Houellebecq); y, algunos, para ser gustados (Saramago). Asimismo, que hay escritores que escriben para subvertir (Jean Genet) o convertir (Graham Greene); incluso, advertir (Orwell); y, hasta para divertir (Francisco Febres Cordero).
En cualquier caso, el escritor es un estorbo para el mundo que es —y lo que es, es este mundo que se denomina con arrogancia «realidad objetiva»—. A la vez, el escritor es un deicida, el exaltado inventor de un mundo posible, ese de la realidad literaria o del otro lado del espejo, el de la ficción, en el que jamás nada será de todos sino únicamente de la peligrosa imaginación, aquella abuela desalmada, verrugosa y pelucona para la que trabajamos los cándidos eréndiros, inevitablemente sentados, gastando nalgas, «escarbando en la oscuridad» (Saramago), buscando nada, o un algo, si ese algo son las cuestiones que deben plantear las novelas.
Por eso, de lo que produce el escritor, de la literatura, no vayamos a esperar respuestas pragmáticas. «No sirve para nada práctico», sostiene Jorge Volpi, aunque, añade: «ése es su mérito». Más puntiagudo, tal vez, Antonio Muñoz Molina piensa que la escritura no es más que una superstición, un ensalmo, que no conoce el valor del silencio ni de las páginas en blanco.
Más todavía: en el epígrafe de un sugestivo libro de Enrique Vila-Matas, Bartleby y compañía, se advierte que «La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir». El escribiente Bartleby, un burócrata anónimo, es el personaje de un relato de Herman Melville (Moby Dick). Su frase más repetida es: «Preferiría no hacerlo». De ahí el título del libro de Vila-Matas. Bartleby es la personificación de la pulsión negativa, un síndrome que significa la atracción por la nada, un «mal endémico en las letras contemporáneas» dice ese autor, quien lo considera la más perturbadora y atractiva tendencia de las literaturas contemporáneas. Su estudio del «laberinto del No» tiene más de doscientas páginas en la edición de Anagrama. Ese libro es considerado una obra maestra por Sergio Pitol. Bartleby y compañía es un complejo elogio del silencio. Y, sin duda, una tentación.
Así que, yo, Diego Cornejo Menacho —quiteño, perplejo y agnóstico, francotirador de pésima puntería— me pregunto: ¿Por qué escribo novelas? ¿Por qué, mejor, no me sumo a la compañía de Bartleby?
Aquí y ahora, quiero decir, desde nuestra cédula de ciudadanía, desde esta, la que compartimos, una de las identidades más desacreditadas del planeta y uno de los gentilicios más sospechosos en los filtros de migración, esto de dedicarse a escribir literatura para adultos luce como el oficio más insustancial al que puede dedicarse una persona con dos dedos de frente; una actividad infecunda sustentada en conocimientos inútiles o delirantes, destinada a pasar desapercibida o quedar olvidada.
Lo digo porque en el mundo del libro el Ecuador es, digamos, una caquita de esa mosca que estuvo posada en un mapamundi, que nos persuade malamente de que somos un punto de tinta indeleble y no de lo que digieren esos insectos: una deyección inocua que se elimina con una leve presión de la uña. Y, además, los ecuatorianos no leen, por razones que no interesa considerar en esta oportunidad.
Sí interesa, en cambio, mencionar a modo de ejemplo que una importante librería, en Quito, cuenta con un portafolio potencial de clientes que no pasa de setecientos compradores de libros. Setecientos, es decir, nada, si solo en España se publican más de cuarenta mil títulos al año. Y, si de esos setecientos, la gran mayoría busca únicamente títulos de esa cosa que ahora se denomina autoayuda.
Se suma —me niego a llamarla crítica literaria; Milan Kundera la denomina «simple información sobre la actualidad literaria»— la publicación de comentarios propensos a los lugares comunes, muchas veces ingenuos o afónicos, que pueden ignorar atléticamente una novela publicada con un sello prestigioso, por ejemplo, y, simultáneamente, dedicar párrafos elogiosos a otra no publicada, inexistente, en estricto sentido. Créalo, ha sucedido. Sucede. Le aseguro que la abuela desalmada no me ha ordenado mencionarlo.
Digo, así, que los escritores ecuatorianos tenemos chantado el bonete de hijos del viento y estamos en la esquina del castigo, donde se escarmienta a los marginales en un mundo globalizado no solo en la economía. No obstante, he oído de boca de un aguzado escritor ecuatoriano que no se trata de invisibilidad, sino incompetencia: nuestra literatura no vale la pena y, en consecuencia, todo otro argumento, es un patético enmascaramiento.
Aceptar, admitir esa condición de marginalidad o de incompetencia es tan desagradable como el tacto prostático. Pero, al igual que eso, puede convertirse en un vicio. Aquí y ahora es impensable que un novelista pueda ser un escritor profesional, que dedique todo su tiempo a escribir y pueda vivir de y para la literatura. Esta es la regla, a menos que uno sea heredero.
Así que, ¿por qué escribo? ¿Por qué soy un escritor tardío?
Voy a intentar una respuesta:
Escribo porque escribir me descontamina.
Y, porque, aunque parezca jactancioso para alguien que escribe en este ignoto lugar, suscribo las razones de Orham Pamuk: «Escribo porque solo puedo soportar la realidad si la altero. Escribo para que el mundo entero sepa la vida que hemos llevado y seguimos llevando yo, los otros, todos, nosotros… Escribo porque más que en cualquier otra cosa creo en la literatura y en la novela. Escribo porque me da miedo ser olvidado… Escribo para estar solo… Escribo para ver si acaba de una vez esa novela que he comenzado. Escribo porque inútilmente creo en la inmortalidad de las bibliotecas… Escribo para librarme de la sensación de que hay un sitio al que debo ir pero al que no consigo llegar, como en un sueño. Escribo porque no consigo ser feliz».
¿Responde todo esto a la pregunta?
Si no, añado algo que es solo mío: escribo para el silencio y para aprender a escribir. Sé que no tengo nada que esperar de los demás. Escribir se parece más de lo imaginable al cotidiano acto de cepillarse los dientes, por el que nadie espera ningún tipo de recompensa, ¿no es verdad? Un personaje de mi novela Miércoles y estiércoles preferiría decir, sumariamente: «Yo soy asunto mío».
Cuando comprendí esas dos condiciones que impone la literatura, el silencio y el aprendizaje, desapareció la angustia que había estado allí, como una urticaria, y me encaminé aliviado hacia un exilio interior —transtierro lo llama Juan Gelman para distinguirlo del destierro; Carlos Arcos prefiere llamarlo incilio—. En condición de transterrado o inciliado habito mi identidad, en la que siento que soy el Leopold Bloom de James Joyce, el extranjero Meursault de Albert Camus o la Eva de Gato por liebre. Todos y ninguno. Desde entonces, me inunda «esa misteriosa y sutil sensación de no estar del todo» (Juan Luis Cebrián).
En este incilio me ocurre que aprender a escribir es aprender a pensar y a sentir, es buscar pacientemente un lenguaje, es acostumbrarme a vivir mi cuarta vida. Entonces, digo: sí, vale la pena. También me pasa que en ese desarraigo íntimo me propongo, intento alcanzar una sabiduría que desconozco. Es una sensación apenas. Quizá sólo sea un espejismo. Ojalá no desaparezca mientras escribo los libros que espero escribir.
09.07.08
___________________________________________________________________________
Francisco José Cornejo Menacho, mi hermano Pepe, fue asesinado en Quito, la noche del 20 de noviembre de 2009. Una puñalada le atravesó el corazón cuando fue atacado en la vía pública, presumiblemente por un grupo de delincuentes comunes en la intersección de la avenida 10 de Agosto y calle Río de Janeiro. La Policía jamás dio con el o los asesinos. El presidente del República, Rafael Correa, nunca respondió una carta que le dirigí en nombre de mi familia que, desde entonces, se siente en la indefensión.
En aquella carta sin respuesta le decía al presidente de la República: «…le demandamos saber quién es el asesino y por qué lo mató. Creemos, sobrellevando el luto y el dolor familiar, que quien lo asesinó debe ser sometido a la justicia; procesado en un juicio justo; sancionado de acuerdo a lo que prevé la ley. El Estado, su gobierno, nos deben una reparación satisfactoria. Estamos en el derecho de exigir que el homicidio de Pepe Cornejo Menacho no quede en la impunidad».
En 2011 realizamos plantones para visibilizarnos, como lo registra la fotografía, pero las víctimas de la inseguridad y la violencia en Ecuador fuimos ignoradas por la burocracia institucional que debió actuar de oficio, y no lo hizo, y también, lamentablemente, por una opinión pública drogada por la indiferencia.
Por Ana Karina López
Esta vez el turno fue para una novela. La primera: Gato por Liebre. ¿Periodista, acuarelista y escritor? ¿Se puede ser bueno en todo?
Detrás de sus bigotes, Diego Cornejo Menacho responde: «Aprendo a ser escritor escribiendo; como haciendo periodismo, a ser periodista; y pintando acuarelas, a ser acuarelista».
Cuesta creer esa mesura en un hombre que tiene una mirada que a pesar de lo oscuro de sus ojos podría fundir metal con las chispas que le brotan. Son palabras que no parecen salir del dueño de esa voz profunda y ronca. Un tono que retumba en la redacción del diarioHoy desde hace más de 20 años, con criterios que siempre tienen un ángulo diferente al de la mayoría, porque oscilan entre el constante cuestionamiento al poder y una sensibilidad de largas antenas.
«Dieguito», como lo llaman todavía muchos de sus familiares por ser el último de ocho hermanos, es un ser de pasiones. Eso le ha costado la etiqueta de hombre difícil, porque a él se le quiere o se le odia. Ahora, a sus 57 años, impulsado por esas pasiones, publica su primera novela. Un relato que no tiene argumento, sino, como él lo describe, es el enigma del otro mezclado con su experiencia vital. Es la historia, o las historias, de Eva y de una ciudad (Quito) que al autor y a su protagonista los envuelve y al mismo tiempo los aprisiona. La novela está salpicada de momentos llenos de erotismo, en los que desarrolla lo que él llama su «voyeurismo», y de reflexión sobre la mujer, sobre su mundo.
«Ahora es el momento de las mujeres, seres complejos que desde su silencio impuesto han creado un mundo, en cada mujer hay una novela». Una fascinación que se desborda cuando habla de las mujeres que lo rodean: su esposa Ángela y sus hijas Rosita y Mariángela. Para entrar en este universo, Cornejo abandonó el traje del conquistador para pasar a ser el confidente de muchas mujeres. («Es la única forma de obtener información»).
En este juego de palabras que resulta el libro, juega con la literatura, con los códigos de autores que han estado desde siempre en su vida. El resultado es un producto literario diferente y con calidad.
UN VACÍO DOLOROSO
El amor a las palabras rondó siempre en su cabeza. Desde que se metía a hurtadillas a la biblioteca de su padre, Ricardo Cornejo Rosales, una especie de santuario al que accedía robándose la llave, porque el niño tímido y solitario prefería descubrir a Salgari y sus aventuras, a jugar con los otros niños del barrio de La Mariscal.
Un ímpetu que se concretó por una experiencia dolorosa, que el tiempo no ha diluido. Al mundo editorial lo llevó la muerte de su amigo Fernando Velasco (el «Conejo»), un punto de quiebre en su vida: «al estar frente a su cadáver comprendí que no era inmortal, la soledad de un cadáver es incomprensible». Fue un editor de gran éxito, pocas veces se puede hablar de que en Ecuador se publicaron y vendieron tantos libros como cuando Cornejo dirigía la editorial El Conejo.
Para él, el apoyo financiero incondicional de Julio Hernán Muñoz estuvo en la base de este éxito. El primer libro de la editorial fue justamente el de Velasco, le siguieron colecciones y libros que se vendían como pan caliente. Su separación de la editorial también fue dura, por lo que al hacer un balance, el resultado le dejó un mal sabor de boca sobre la condición humana, y la sensación de haber desperdiciado un tiempo que debió ser para su familia.
A esta labor le precedieron tiempos de una dura militancia política y sindicalista que también estuvieron ligadas desde las aulas de Sociología al periodismo y a las letras, a través de la revistaContrapunto. Una dirección política que se respiraba en la familia: su padre Ricardo Cornejo Rosales fue secretario del Partido Socialista, y un antepasado suyo fue parte de la conspiración en el asesinato de García Moreno.
Sociólogo de profesión, también pasó por algunos años de Derecho y por estudios en Literatura. Buscar una forma más amplia de comunicación lo
llevó al Diario Hoy, al que ya se había ligado por el suplemento literario «La liebre ilustrada».
Aunque a su radicalismo de antaño ahora lo ve con cierto menosprecio, y está convencido de que la democracia es el único camino («una utopía por la que hay que luchar»), sigue intransigente ante las miserias de la inmoralidad o el abuso del poder.
En el periodismo hay quienes lo ven como un maestro, otros como un gruñón que nada le contenta o como un muro infranqueable. Porque con sus argumentos puede avasallar a cualquiera.
Él no se percibe como un maestro sino como un aprendiz constante. Por eso cree que ahora hace un mejor periodismo, que no es el del que quiere ejercer el poder.
«He aprendido a entender la voz del otro», y sus cercanos reconocen que ha sabido mantener la distancia con el poder. Una actitud que se evidencia en hechos como el que un ex Presidente de la República, quien de joven tomaba café en la cocina de la de sus padres casa, hasta ahora no le responde el saludo. En este ejercicio periodístico diario, inauguró el suplemento de investigación «Blanco y Negro» (que le dio dos premios Símbolos de Libertad) y sus libros Garabatos y Crónica de un delito de blancos.
LLEGAR A LA PROPIA ESTEPA
Con la misma fuerza que el diarismo enciende, también puede ser un ogro goloso que carcome el interior. Cornejo todavía tenía mucho que decir, y la acuarela fue su camino. Hace casi siete años salió con sus amigos Oswaldo Muñoz, Carlos Veloz y Héctor Chávez a dar vueltas por Quito, para aprender a pintar. La energía y habilidad con las que maneja el pincel son una muestra de que en un arte que puede parecer suave, él saca el volcán que tiene intacto. Sus flores, paisajes y mujeres desnudas tienen precisión y color. Una colaboradora asegura que lo respeta como periodista, pero lo admira como pintor. Sus dos exposiciones en Quito tuvieron mucha acogida.
En su madurez sigue sin entender la vida, y para tratar de explicársela produce y crea, en un momento que muchos sienten que el tren pasó.
Una capacidad difícil de conjugar en un hombre que siempre tiene un dejo de nostalgia en su mirada sobre la vida. Esa nostalgia que la atribuye al hecho de que él no cree en Dios, que no tiene religión, y que sabe que sólo cuenta con una oportunidad. Intenta entonces ser sabio, y ahí es donde conjuga fuerza y estabilidad para llegar a lo que llama su estepa interior. Esa en la que quiere seguir aprendiendo.
Revista Vistazo, 07.06 / Caricatura de Bonil, 1989